viernes, 6 de julio de 2012

Relatos históricos & creación literaria


También como proyecto de final de curso los alumnos de 4ºESO del IES Calisto y Melibea de Santa Marta de Tormes (Salamanca) han realizado relatos literarios ambientados en los periodos históricos que hemos abordado en esta 3º Evaluación. Un trabajo multidisciplinar que combina la creación literaria y la iniciación al trabajo de investigación histórica pues los alumnos han tenido que investigar y documentarse sobre el periodo histórico en el que han ubicado su trama de ficción literaria.

A continuación os dejo con el  excelente relato Agrio trance, dulce cautiverio realizado por Cristina Blanco González de 4ºB en el que nos narra de forma desgarradora la dramática situación de un prisionero  en el campo de concentración de Auschwitz en Polonia.

En fechas posteriores iré añadiendo en esta entrada los enlaces de los varios relatos que han hechos el resto de alumnos, tened un poco de paciencia porque los trabajos merecen la pena y ponen de manifiesto la enorme creatividad que atesoran estos chavales/as.



AGRIO TRANCE, DULCE CAUTIVERIO


“Las luces se apagaron de repente. El corazón empezó a arder, y sucedió cuando la justicia también dejó de existir. Estaban claras las diferencias. ¿Pero eran reales?”



30 de julio de 1944.
“Si ahora mismo tuviera que resumir la vida, sin duda la expresaría en un suspiro. Para mí, acababa de finalizar. Ahora sería prisionero en el infierno del Füher. Sí, puede que sea muy valiente al mencionar sin temblar apenas, al nuevo Dios de Alemania. Acababa de reunirme con una muerte lenta, un sufrimiento constante, una agonía creciente… (…)
Por los pobres que viven en condiciones económicas nefastas. Por los presos, y por los exiliados que rechazaron las ideologías políticas, huyendo y dejándolo todo. Y por todos los que no tienen la sangre limpia… Deseo vorazmente que ojalá el verdadero Dios pudiese juzgar a los que nos juzgan, y liberar a los que no somos libres…
Ahora seré un esclavo de la suerte. Cada segundo será un suspiro nuevo. No seré bienvenido entonces, a Auschwitz II.”

15 de agosto de 1944.
“Jamás valoré tanto la música, la escritura, el amor, la amistad… Hasta que mis ojos vivieron la atrocidad de lo que sucedió durante toda mi condena. Las melodías se convirtieron en gritos. Gritos de sufrimiento de niños pequeños, y de “humanos” de gesto nulo. Gritos de una multitud de presos que ahogaban su dolor en los aullidos que me perturbaron desde el primer momento que pisé Auschwitz, al bajarme de aquel tren en el que íbamos todos en pie dentro de un vagón, como si de mercancías se tratase que fuéramos.
En este infierno desolador, de vallas electrificadas y alambres de púas, suelo húmedo y un olor a muerte procedente del humo de las chimeneas, donde cada día éramos más y desaparecíamos otros tantos, no existía otro amor que el de Dios. No podías tener amigos. No podías… incluso ser tu mismo. No había lucha entre nosotros, tan solo éramos acompañantes en un viaje directo hacia nuestro único destino común: la explotación. Tan solo debías de pasar las pruebas y así poder convertirse en un trabajador dentro de Auschwitz, y así tener más oportunidades. Aunque eso supusiera tu propia destrucción. Te sentías tan solo, que solamente tenías tu uniforme a rayas, tu tatuaje en la cara interna del brazo, y el número por el que los alemanes te identificaban. Pequeños símbolos que hicieron olvidar tu nombre, oficio, felicidad.
¿Digo entonces que podré tener la esperanza y la fe necesarias, para que mi corazón no deje de latir durante este tormento?”

28 de agosto de 1944.
Mi nombre es Shmuel y tengo 35 años de felicidad y un mes de martirio. Anteriormente vivía en la ciudad, y adoraba hacer viajes por España, donde enriquecía mis saberes comprando libros de literatura. Actualmente, resido en la cama número veinte de la segunda planta de literas del campo de concentración de Auschwitz, solo que ahora estoy temporalmente de vacaciones. El otro día, mientras llevaba una pesada piedra y tenía que subir aproximadamente unos cien escalones, acabé cayéndome debilitado. No sé que era más cruel, si la ‘’Solución Final” o trabajar hasta morirte tu mismo. Tan solo sé que por primera vez la compasión surgió del cielo en forma de un halo de luz que se detuvo en mi viejo amigo Josué, que trabajaba como sonderkommando. Tras esto, durante dos días, me hallé inconsciente, hasta entonces. Cada vez quedaban menos personas, y había días que podían llegar a desaparecer hasta ocho mil dentro de Auschwitz. Cuando me sentía optimista creía que habían logrado escapar, y cuando me sentía debilitado pensaba que habían muerto atrozmente, o se habrían suicidado con la ayuda de las vallas eléctricas.
Di gracias a Dios por haberme mantenido con vida, pese a los delirios que ocuparon la mayor parte de mi cabeza y mis ansias de escapar de un momento a otro. De alguna manera, sobrevivir en este lugar se había convertido en un reto en el que tan solo los más fuertes conseguíamos sobrevivir. Aun recuerdo a Olga y a mi hijo Shmuel, semanas antes de que se reunieran con Dios, en el cielo, espero. Haberlos perdido supone definitivamente mi perdición.
Entonces, fue cuando me puse en pie. Ansias de odio recorrieron cada centímetro cúbico de mi sangre, y tan solo busqué venganza. Agarré fuertemente mi brazo roto con la otra mano, y cogí un trozo de cristal que había en el suelo. Fue un corte limpio, que ardía en magnitudes incontrolables, y tras esto, gotas de sangre empezaron a descender por mis manos, inundándome por completo de aquel color rojizo. Me había cortado las muñecas, quizás preso de la locura, o esperanzado de que con mi sangre pudiese aclamar a la fe y lograra escapar de allí. El camino que siguió la sangre se asimiló por completo a una imagen de los libros que leía sentado bajo un olmo en el mes de septiembre. Perdiendo la mirada en la ventana, recité en voz alta aquellos versos de Jorge Manrique, uno de los clásicos autores de la literatura:

-Nuestras vidas son los ríos
Que van a dar a la mar,
Que es el morir (…)

Salí por la puerta de la enfermería, gritando intensamente:

-¡Libertad! ¡Ven a por nosotros! Señor, el consejero de mis plegarias… ¡Sálvenos de este castigo impuesto por los que nos consideran diferentes, judíos… judíos!

Una inmensa multitud de gente me miró con asombro. Lancé el trozo de cristal al suelo y me puse de rodillas mirando al cielo, riéndome como un lunático. Unos brazos tiraron de mi pijama, arrastrándome por la arena y dejando las huellas de mis grandes zapatos. Perdí mi gorro de rayas por el camino, y acabé en un lugar en el que estaban otros de los múltiples compañeros. Estaban sentados en silencio, y me miraron mientras continuaba con mi delirio en voz alta:

-¡Judíos! Tan solo somos judíos. Seres humanos como vosotros, ¡bestias del infierno!- Y una voz en alemán me respondió, pero no pude entender apenas nada. Acabé tirado sobre el suelo húmedo, y perdí el conocimiento, ya que mi vista se emborronó y mi mente se curvó hacia una oscuridad temporal.
Un cubo de agua fría me despertó, además de varios pisotones. La sala se estaba llenando de gente. Me incorporé y miré fijamente todo lo que me rodeaba, perdiendo la mirada en las luces blancas del techo. 
Hablaba solo, murmurando con una voz que tan solo yo podía oír, una especie de reflexión sobre mi vida:

-Olga, Shmuel, lamento haberos dejado solos aquella mañana de verano. Si hubiéramos huido… todo habría sido más fácil. Si hubiéramos tenido esperanzas en haber dejado la ciudad, tal vez seguiríamos vivos contando historias de aventuras. Olga… has sido definitivamente la luz de mis días. Escribir canciones y poemas para ti en compañía de mi guitarra vieja es la única música que mis oídos recuerdan. Vivir amándote todo este tiempo ha sido la mejor de todas las condenas posteriores. Shmuel, mi pequeño Shmuel… Ojalá hubieras podido tener una vida mejor, pero piénsalo… ¿Sabes que tal vez no tengamos lugar en este mundo? Me duele y no sabéis cuanto haberme alejado de vosotros desde que nuestras manos se separaron al bajarnos del vagón del tren. Todavía sigo recordando aquellos domingos soleados en los que íbamos al cine. Aún sigo recordando el olor de los claveles que le comprábamos a mamá el día de su cumpleaños… Oh Shmuel, ¿lo recuerdas tú?

Pero justamente mientras me secaba mis lágrimas al llorar, una voz fuerte me interrumpió. Gritó fuertemente, y la gente comenzó a moverse después de notar el chirrido de una puerta. No sé qué ocurría, tan solo me sentía empujado por la muchedumbre. Dejándome llevar por ellos, y por sus aullidos de exterminio, acabamos en una sala más oscura, llena de bancos de madera. Proseguí con mi soliloquio mientras apretaba el corte de mi muñeca:

-Estar aquí ha hecho que me vuelva loco. He perdido desde mi nombre hasta mi cabeza, y no sé que más me duele: si no saber quién soy, o no saber qué pienso. Vivir habiendo perdido el juicio es un vacío tremebundo. Aunque ahora que lo pienso… ¿No es peor no tener absolutamente nada? ¿El vacío en tus manos? ¿Ante tus propios ojos? En verdad, no tengo salida. He perdido todo. He perdido las ganas de comer, y sobre todo cuando de vez en cuando nos dan algo que llevarnos a la boca, y he perdido las ansias que me caracterizaron durante todos mis años de vida. Ahora, me daba cuenta de lo que en verdad echaba de menos: echo de menos las caricias, el agua limpia, mi sombrero negro, mis libros, la poesía, la alegría que la música me ofreció durante todos estos años. Venir a Auschwitz como preso, tener que soportar las condiciones a las que estábamos sometidos: voces, torturas, palizas, asesinatos sin control… La tremenda esclavitud a la que se nos reprimió… La tortura de callar el silencio y por dentro gritarlo. La pesadilla de ser judío y no ser aceptado en la sociedad por el mero hecho de ser diferente.
Limpié el sudor de mi frente, y ordenaron que me quitara la ropa:

-Tan solo es una ducha, ¡tranquilos chicos!-Murmuró Bartolomé.
-Compañeros, quitaros la ropa. ¡Es una ducha! –Añadió Jozef.
Les miré atónito negando con la cabeza.
-Son ustedes unos ilusos.-murmuré mirándoles fijamente.
-¿Qué? No, no sabe lo que dice. Una ducha después de todo lo que ha pasado es un regalo de Dios.
-¿Un regalo de Dios? ¿En serio piensas que esto es un regalo de Dios? Vamos a morir-Reí de nuevo como un perturbado, y se hizo el silencio en la sala. Proseguí con mi intervención.- Parece mentira que no oigáis lo que se dice del verdadero significado que tiene la ducha. Sois unos ilusos, unos engañados. Tal vez sea verdad eso de que somos diferentes a los alemanes. Ustedes son unos ilusos, y ellos son inteligentes porque consiguen engañar hasta al más crédulo con tal de obligarle a hacer algo en contra de su voluntad. ¿Y es un regalo de Dios el ser un ingenuo?-

Todo el mundo comenzó a gritar al oír mi confesión sobre lo que ocurriría en cuanto entrásemos en la sala del fondo, con una puerta negra, pequeña y ancha. En ese instante todo el mundo comprendió por qué aquel olor a muerte provenía de aquellas chimeneas. Era el olor del homicidio que en gran número, ellos nos practicarían, para que dejásemos de molestar. Era lo que ocurría todos los días y en gran cantidad. Eran asesinatos crueles, y aquel olor era signo de su salvajismo. Todo el mundo golpeó las puertas para poder escapar, pero no era posible. Proseguí con mi reflexión:
-Dios, ¿estás ahí arriba? Si es así, condúceme a donde se hallan Olga y Shmuel. Necesitaré ver sus sonrisas cuando acuda a tu llamada. Al fin y al cabo son mis seres queridos, a los que más anhelo. No tengo ninguna esperanza en que vayamos a conseguir escapar de este laberinto sin salida. Me duele la cabeza, y el corazón va a estallarme. No sabría si rendirme y dejar de atormentar a la gente, o afrontar con solemnidad mi triste final. Aunque… ¿Mi cabeza? Como mi música, bien alta.-Abracé a Bartolomé, aceptando mi nuevo destino.
Una orden nueva resonó y la gente comenzó a entrar. Estaba todo lleno, nos empujaban y nos empotraban unos contra otros, mientras nos trataban como basura, o quizá como cosas peores. Murmuré, entonces:
-¡Somos diferentes a ellos! ¡Ellos son los crueles que nos matarán a todos sin control! Ellos son los salvajes que pagarán sus actos en una dura represión mientras nosotros seremos premiados en el cielo de nuestro Señor!. Tenían razón cuando dijeron que éramos diferentes. Ellos reflejan el dolor. Nosotros reflejamos la compasión. ¿Alguien se compadecerá de nosotros?
-¡Sí! ¡Dios! –contestó alguien.
-¡Pagarán por lo que han hecho!
-Señor, has sido llamado. Líbranos del mal…-Me arrodillé, suplicando, cuerpo con cuerpo y con mucha fe. Ahora más que nunca, estaba clamando a Dios.

Las luces se apagaron y todo el mundo gritó de terror. Seguía murmurando, esta vez en voz clara:


-Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando…

Me empujaron y caí al suelo, y encima de mí se precipitaron más personas, que se levantaron enseguida. Proseguí recitando… hasta que me quedase sin voz:


-Cuán presto se va el placer,
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parecer,
cualquiera tiempo pasado
fue mejor…
Aceptando entonces la dura realidad, grité a los cuatro vientos:
-¡Fue mejor! Cualquier tiempo pasado fue mejor, ¡cualquier tiempo futuro será aún mejor…!
La gente gritó, y esta vez sí era dolor. Me tapé la nariz y contuve la respiración, mientras veía como comenzaban a desintegrarse mis compañeros. Se ponían de rodillas, apagándose lentamente… Y yo seguía conteniendo la respiración. Ahora estaría claro: agrio trance, dulce cautiverio.


“Acabó precipitándose sobre el suelo, gritando como los demás hombres… Fue algo breve. No duró más de veinticinco minutos... Y todo había acabado… (…)”


“De cómo la maldad y la crueldad, pueden dar fruto a la destrucción sin control de la especie humana, dando lugar a un mundo donde los supuestos diferentes acaban desapareciendo e incluso tú mismo puedes llegar a quedarte sin aliento…”

Cristina Blanco


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